El Toboso, la patria de Dulcinea
Cuenta el novelista británico Sir Walter Scott que cuando Napoleón campaba a sus anchas por tierras españolas solo quiso tener compasión de un solo lugar: el Toboso, por ser la patria de Dulcinea. Todos los pueblos de los alrededores fueron arrasados casi por completo. No se sabe bien si por devoción al personaje de Don Miguel de Cervantes o por el miedo de pasar a la historia como el verdugo de un pueblo legendario.
Lo cierto es que el Toboso no sería más que una aldea o un pueblo como otros muchos de la provincia de Toledo si a Cervantes no se le hubiera ocurrido colocar allí a la sin par Aldonza Lorenzo, la belleza que cautivó al infausto Caballero de la Triste Figura. Son miles los turistas que llegan aquí cada año llevados de la invisible mano cervantina.
Esta es la excusa para desviarse hasta este lugar. Todo el pueblo está salpicado de recuerdos y menciones al Quijote y a su historia de amor con Dulcinea. Las calles llevan nombres de los personajes de la novela, y en la plaza principal pueden verse las estatuas de Dulcinea y Don Quijote arrodillado frente a ella. Pasear por sus estrechas callejuelas nos lleva en un viaje atrás en el tiempo, hasta el corazón mismo de las andanzas caballerescas del héroe cervantino.
En las fachadas de algunos edificios pueden leerse citas de la novela y el itinerario que ha de seguirse hasta el Museo Cervantino. Aquí podemos ver una valiosa colección de ediciones del Quijote en todos los idiomas (incluso una que perteneció a Hitler). Posiblemente más curioso nos resultará el Museo del Humor-Gráfico Dulcinea, con ilustraciones humorísticas del Quijote, o la Casa Museo de Dulcinea, la casa en la que se sitúa la vida de este personaje.
Pero el Toboso cuenta además con otros monumentos que nada tienen que ver con el mundo cervantino. La Iglesia de San Antonio Abad, el Monasterio de la Inmaculada y San José o el Monasterio de la Concepción son solo tres ejemplos del patrimonio religioso de este rincón de La Mancha.
Un lugar de casas blancas y viejas tradiciones, un pueblo agradable de monumentos y recuerdos del amor de una aldeana y un caballero andante. Caserones que son el fiel reflejo de aquella célebre frase de Azorín: «está La Mancha melancólica y bella»…
Foto Vía Un Viaje Diferente
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