El Museo de la Inquisición, en Lima

Pensar en la Inquisición me genera todavía un poco de pavor. ¡Qué terrible debe haber sido vivir en un tiempo de tamaña enfermedad religiosa! Espantoso y lamentable ya que no había muchos rincones de la tierra cristiana donde podías esconderte para que te dejaran en paz. Es decir, de un lado y del otro del Atlántico cualquiera podía ser acusado de hacer migas con el Diablo pues la Inquisición tenía un pie en Europa y otro en América.

En América estaba particularmente presente en México y en Perú. En Lima el Tribunal de la Inquisición funcionó a finales del siglo XVI y podemos adentrarnos en su historia visitando el Museo de la Inquisición que está situado junto a la Plaza Bolívar y cerca del edificio del Congreso. Hoy es el Museo de la Inquisición y del Congreso y una de las visitas obligadas de cualquier turista que visite la capital peruana.

La Santa Inquisición se instaló en estas tierras el 29 de enero de 1570 cuando gobernaba el virrey Francisco de Toledo. Este organismo perseguía delitos tales como adivinación, herejía, hechicería, demonolotraía, astrología y delitos sexuales, entre otras cosas. Al primero que acusó fue a un francés llamado Mateo Salade en 1573: lo acusó de hereje y lo quemó en la hoguera. En el tiempo que funcionó, entre 1570 y 1761 quemó en la hoguera a unas 40 personas mientras que sentenció a 371.

El Museo de la Inquisición funciona hoy en el edificio del Senado Nacional y fue fundado en 1968. Por una parte su objetivo es conservar y difundir la importancia del congreso en la historia peruana pero también, en el sótano, hay una sala de exhibición que tiene todos los instrumentos de tortura utilizados por los inquisidores (cepo, potro, garrucha, mancuerda, suplicio de agua) y recreaciones de los autos de fe, las audiencias y bueno, todas las instancias por las que pasaba un acusado.

El museo es muy interesante y la entrada es gratuita y con guía.